Y cedimos.
Él cedió a mis indirectas, yo cedi a su propuesta.
Debo confesar que estaba nerviosa pero eso no me detuvo, jamás lo ha hecho.
Era algo nuevo, algo excitante. Con cada beso me iba entregando más, con cada prenda caída también caían las paredes de la rutina en la que estaba atrapada desde hace tanto.
En la vorágine del momento ya no había culpa, solo su aroma que impregnaba todo el aire y yo al borde de la locura.
De repente una visión terrible, grotesca.
Él cedió a mis indirectas, yo cedi a su propuesta.
Debo confesar que estaba nerviosa pero eso no me detuvo, jamás lo ha hecho.
Era algo nuevo, algo excitante. Con cada beso me iba entregando más, con cada prenda caída también caían las paredes de la rutina en la que estaba atrapada desde hace tanto.
En la vorágine del momento ya no había culpa, solo su aroma que impregnaba todo el aire y yo al borde de la locura.
De repente una visión terrible, grotesca.
"Que-que"
Ese pequeño animal, con ojos saltones cuya mirada no me quitaba de encima.
"Que-que"
Podía notar a través de su delgada y translúcida piel un diminuto corazón latiendo rápido.
Me observaba, sabía lo que estaba haciendo, me juzgaba por el pecado cometido.
"Que-que"
Ese sonido infernal.
"Que-que, que-que"
Sentía que mi corazón se aceleraba cada vez más y no era por el otro cuerpo que me acompañaba, era por el escurridizo animal que no solo continuaba con sus ojos clavados en los míos sino que además, me hablaba, me reprochaba, me preguntaba...
"Que-que, que-que, que-que"
- ¡¿Que cosa?! ¡¿Que quieres?! ¡¿Quítate?! - grité con desprecio.
Mi compañero me observó con perplejidad. Trate de explicarle que no le grité a él, era el animal que nos observaba, que sabía lo que hacíamos, que nos amenazaba, nos retaba.
- Es inofensivo e insignificante, ni siquiera es el más imponente de su especie- Me dijo.
Él no veía lo que yo veía, a él no lo amenazaba con sus asquerosos y saltones ojos negros, a él no le decía...
"Que-que, que-que, que-que"
La de la falta era yo, la imperdonable era yo.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo, las náuseas se apoderaron de mí y aún así, no podía dejar de ver al animalejo.
"Que-que, que-que, que-que, que-que"
- ¡¿Que-que qué?! ¡¿Qué quieres?!
El animalejo no salía de su estupor, no podía creer lo que estaban viendo sus terribles ojos, estoy segura de que me siguió hasta aquí, estoy segura de que sabe quién soy.
Su diminuto corazón parecía ir cada vez más rápido al igual que el mío.
Cuando pensaba que no resistiría más, movió la cola y sacó la lengua.
¡Grité! Grité con todas mis fuerzas, grité con asco, con irá.
"QUE-QUE, QUE-QUE, QUE-QUE, QUE-QUE, QUE-QUE"
Grito también el intruso.
- ¡Se acabó!, voy a llamar a mantenimiento para que maten ese animal, ¡no vengo más a este hotel!- dijo mi amante, alejándose de mí.
¿Era eso lo que quería ese diminuto y despreciable animal?, ¿Qué mi cuerpo estuviera tan frío como el de él?
Se salvó, se escurrió, pero sabe lo que vio. Cada noche escucho a lo lejos.
"Que-que, que-que"
Está ahí afuera, recordándome mi secreto.