Hay cárceles hermosas que nos envuelven en un sueño
profundo del que no queremos salir.
Su aroma me abraza como un látigo sangriento, su recuerdo
es mi corona de espinas. Sonrío amargamente en la inmensidad de la noche que se abre paso
en mi alcoba, pienso en ella y soy angustiosamente feliz.
Una tensa calma revolotea por el aire, se burla, me ataca
con sus garras suaves y no me lastima ¡como quisiera que me lastimara! ¡Como
quisiera saber si aún estoy viva!
Escucho un grito mudo, es mío. En mi rostro esta tatuada
una sonrisa que no me deja abrir la boca. Estos ojos me abandonan y se van a buscarte desesperados por toda la habitación. El suelo se convierte en techo, el techo desaparece, y yo no caigo, yo no floto, yo no existo en este caparazón hueco.
Se convirtió en amapola una madrugada y yo
más nunca desperté.
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