Una vez, una serpiente se enamoró
de un ratón y lo que es más raro aún, el ratón se enamoró de la serpiente.
La serpiente lo apretaba, al
punto de casi romperle los huesos al ratón, hasta que se daba cuenta de que
estaba siendo muy brusca y entonces lo soltaba pero el ratón, adolorido, nunca
se quejaba. Sonreía para que la serpiente no se sintiera mal y le decía “solo
necesito descansar un poco pero estoy bien”
La serpiente, a veces, en la
euforia de su amor, le inyectaba un poco de veneno al ratón. Esto le dolía
enormemente y poco a poco lo iba matando pero no le decía nada a la serpiente
porque sabía que una palabra de él podía ser fulminante para ella. Él ratón
aguantaba el dolor y sonreía.
Así pasó un tiempo. El ratón
por mucho que quería no podía aguantar más.
Ya en el lecho de muerte, le
pregunta a la serpiente por qué le inyectaba veneno si sabía que era letal para
él. La serpiente le dijo:
- No era mi intensión hacerte daño, es solo mi
naturaleza; pero por qué nunca me dijiste nada, ¿acaso no sabías que era letal
para ti?
- Sí, lo sabía, pero amaba verte feliz, amaba
verte libre, haciendo eso para lo que naciste. Tal vez te amaba un poco más a
ti de lo que me amaba a mí mismo.
La serpiente y el ratón se
vieron por última vez y en un último acto de euforia, la serpiente se comió al
ratón, quien estaba tan lleno del veneno recibido en el tiempo que compartieron
que la dejó muerta al instante, petrificada con un par de lágrimas a medio
correr.
2011
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